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DIOS EN GUATEMALA
Inicio » 2010 » Junio » 19 » Kim Phuc: El Perdón Más Que Cualquier Arma
8:20 PM Kim Phuc: El Perdón Más Que Cualquier Arma |
Kim Phuc: El
perdón es más poderoso que cualquier otra arma
Kim Phuc tiene hoy 38 años y vive en
Canadá con su esposo e hijos. Aunque su cuerpo quedó marcado para
siempre con los estigmas visibles e invisibles del napalm, ha perdonado a
los que se los infligieron.
En un acto conmemorativo de la guerra del Viet Nam celebrado en
Washington dijo a los ex combatientes presentes que, si un día se
encontrase cara a cara con el piloto que lanzó la bomba, le diría: "Ya
que no se puede cambiar la historia, tratemos de hacer cuanto podamos
por promover la paz”.
Dicho y hecho: Kim Phuc tuvo el gesto de abrazar a John Plummer, uno
de los asistentes al acto que intervino en la coordinación del
bombardeo de Trang Bang.
Kim Phuc es actualmente una de más fervientes militantes por la paz
mundial, la no violencia, la tolerancia, el diálogo y la ayuda mutua. En
su calidad de Embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO, se esfuerza
sin descanso por promover el objetivo señalado en el preámbulo de la
Constitución de la Organización: "Puesto que las guerras nacen en la
mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse
los baluartes de la paz ".
A pesar de sus terribles heridas, ha
llegado a ser capaz de perdonar a los que se las infligieron. ¿Cómo lo
ha logrado?
Cuando me quemé en 1972, tenía 9 años. Mi casa estaba en medio del
sitio donde cayeron cuatro bombas de napalm, que alcanza una temperatura
de 800º a 1200º, es decir, unas 8 a 12 veces más elevada que la del
agua hirviendo. El 65% de mi cuerpo quedó abrasado y tuvieron que
practicarme injertos en el 35% de la piel, pero mi rostro y mis manos
quedaron intactos, sin cicatriz alguna. Las bombas no me destruyeron por
completo como lo hicieron con familiares y amigos.
Más tarde empecé a soñar con llegar a ser médico para salvarles la
vida a los demás, tal como habían hecho los que me atendieron durante
los 14 meses interminables que pasé en el hospital. Cuando salí de él,
quise proseguir a toda costa mis estudios pese a las heridas y a los
espantosos dolores de cabeza que padecía. Era muy difícil. Como mis
padres no tenían bastante dinero para medicinas, mi madre compraba
trozos de hielo y me los ponía en la cabeza para calmar mis dolores,
mientras que mi padre me daba ungüentos hechos con plantas conocidas por
sus propiedades curativas.
¿Pudo acabar sus estudios?
No. Diez años más tarde, en 1982, tuve que sufrir otra prueba muy
dura en mi vida. Yo había ingresado ya en la facultad de medicina de
Saigón, pero por desgracia los agentes del gobierno se enteraron un día
de que yo era la niñita de la foto y vinieron a buscarme para hacerme
trabajar con ellos y utilizarme como símbolo. Yo no quería y les
supliqué: "¡Déjenme estudiar! Es lo único que deseo”. Entonces, me
prohibieron inmediatamente que siguiera estudiando.
Fue atroz. No acertaba a entender por qué el destino se encarnizaba
conmigo y no podía seguir estudiando como mis amigos. Tenía la impresión
de haber sido siempre una víctima. A mis 19 años había perdido toda
esperanza y sólo deseaba morir.
¿Cómo recobró las ganas de vivir?
Como mis mayores me habían educado en la fe del caodaísmo, que se
puede definir como una mezcla de confucianismo, taoísmo, budismo, me
puse a rezar sin parar y a pasarme el tiempo con lecturas religiosas.
Sin embargo, nadie podía aliviar mis sufrimientos ni lograr que volviera
a la facultad. La duda me atenazaba: "Si Dios existe, ¿podrá ayudarme?”
En cierta ocasión, un amigo me llevó a una iglesia cristiana de
Saigón. Aunque mi alma estaba sedienta de paz interior, me costaba mucho
abrazar una nueva religión. Mi mayor deseo era encontrar una amistad,
alguien a quien hablar y confiarme. Había dibujado incluso su imagen en
un papel. Un día que entré en la iglesia vi a una muchacha sonriente
sentada en medio de la nave vacía. Se hizo amiga mía.
¿Qué cambió ese encuentro en su vida?
Me sentí mejor enseguida, aunque todavía sintiera un vacío en mi
fuero interno. Solamente cuando encontré la fe en mí misma, se atenuó el
dolor de las llagas de mi corazón. Poco después el gobierno hizo
demoler esta iglesia de Saigón y el pastor se fue. Desde entonces, sola y
sin ayuda de nadie, fui dejando que el sentimiento de perdón creciera
en mi corazón hasta que empezó a embargarme una inmensa paz interior.
Esto no ocurrió de la noche a la mañana, porque no hay nada más difícil
que llegar a amar a sus enemigos. En vez de reaccionar de una manera
"normal”, es decir con odio y deseo de venganza, opté por la
comprensión, que por cierto no se alcanza en un día.
Desde 1997 es Embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO, ¿cuál es su
mensaje y cómo difunde los ideales de la Organización?
(...) cómo ser más tolerantes, estar atentos a las personas,
escucharlas, salir de ensimismamiento y ayudar a los demás, en vez de
dejarnos llevar por la ira y el odio que sólo engendran deseo de
venganza y violencia estériles
Quiero que mi experiencia sirva a los demás. Fui quemada por culpa
de la guerra y, hoy en día, quiero alentar a las personas a que se amen y
ayuden entre sí. Tenemos que aprender cómo ser más tolerantes, estar
atentos a las personas, escucharlas, salir de ensimismamiento y ayudar a
los demás, en vez de dejarnos llevar por la ira y el odio que sólo
engendran deseo de venganza y violencia estériles. La guerra sólo trae
consigo padecimientos. Por eso enseño a la niñita de la foto, porque su
imagen es el relato de mi vida y de las consecuencias que en ella tuvo
la guerra. No hay padres en el mundo que quieran que vuelva a ocurrir lo
que se ve en la foto. Desearía transmitirles lo que he aprendido a
valorar: He vivido la guerra y sé cuán inapreciable es la paz. He
sufrido mi dolor y sé lo que vale el amor cuando uno desea curarse. He
experimentado odio y sé cuál es la fuerza del perdón. Hoy, como estoy en
vida y vivo sin odio ni ánimo de venganza, puedo decir a los que
causaron mi sufrimiento: "¡Os doy mi perdón!” No hay otro medio para
preservar la paz y poder hablar de tolerancia y no violencia.
Esos son precisamente los ideales que defiende la UNESCO, pero es
muy difícil perdonar, sobre todo en el contexto de una guerra.
Las personas siempre pueden elegir. Yo he optado por la
reconciliación y mi vida se ha transformado. He dejado de ser una
víctima. Por eso digo a la gente: "Mirad, de esta manera encontré la
paz. Así fue mi pasado y lo superé, y mi presente puede ser vuestro
futuro si queréis.” Los niños son los que mejor captan mi mensaje, por
eso visito tantas escuelas como puedo para decirles:
"Nuestro futuro está en vuestras manos, la
paz es asunto vuestro.
¡Manos a la obra!”
¿Como difunde su mensaje?
En 1997 creé la Fundación Kim Phuc, que se dedica a ayuda a los
niños que son víctimas de la guerra y la violencia. En Timor Oriental y
Rumania, así como en Afganistán recientemente, les prestamos asistencia
médica, física y psicológica, suministrándoles prótesis cuando han
perdido un miembro o ayudándoles a superar los traumas que han sufrido.
Sé lo difícil que les resulta a los niños hablar de ellos. Estoy de todo
corazón con las víctimas de las guerras que hay en este momento y, en
beneficio suyo, no cejaré en mi empeño de propagar un mensaje de paz.
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Ha añadido: softjarc
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