Mientras esperaba para recoger a un amigo en el
aeropuerto de Portland, Oregon, tuve una de esas experiencias de que uno
oye a la gente comentar y que le cambian a uno la vida. Ustedes saben,
la clase que nos salta de repente. Bueno, ¡esta tuvo lugar a apenas
sesenta centímetros de mí! Esforzándome en ubicar a mi amigo entre los
pasajeros desembarcando, observe a un hombre que se dirigía hacia mí
llevando dos maletas ligeras. Se detuvo justo junto a mí para saludar a
su familia.
Primero, le hizo señas a su hijo menor (quizás de
seis años) mientras dejaba caer sus maletas. Se dieron un largo y
conmovedor abrazo. Al separarse lo suficiente para verse los rostros, oí
al padre decir: "¡Qué bueno es verte, hijo. Te extrañé tanto!" Su hijo
sonrió de manera algo tímida, esquivó la mirada y contestó suavemente:
"¡Yo también, Papá!"
Entonces el hombre se paró, mirando a su hijo mayor
(quizás de 9) y mientras abrazaba el rostro de su hijo con sus manos
dijo: "Ya eres un hombrecito. ¡Te amo mucho, Zach!" Ellos también se
abrazaron fuertemente. Su hijo no dijo nada. No hacía falta una
respuesta.
Mientras esto pasaba, una bebé (quizás de año y
medio) se revolvía entusiasmada en los brazos de su madre, sin quitar
por un momento sus ojitos de la maravillosa escena de su padre que
regresaba. El hombre dijo: "¡Hola, nenita!" mientras tomaba suavemente a
la niña de los brazos de su madre. Rápidamente besó su rostro una y
otra vez y la abrazó contra su pecho mientras la mecía de un lado para
el otro.
La nenita se relajó instantáneamente y simplemente dejó caer su cabeza sobre su hombro y se quedó quieta de puro gozo.
Tras varios momentos, le pasó a su hija a su hijo
mayor y declarò: "¡He reservado lo mejor para lo último!" y procedió a
darle a su esposa el más largo y apasionado beso que recuerdo haber
visto. Él la miró a sus ojos por varios segundos y entonces dijo
suavemente: "¡Te quiero tanto!" Se miraron a los ojos mutuamente,
sonriéndose el uno al otro mientras se tomaban de las manos. Por un
instante, me parecieron recién casados pero sabía por la edad de sus
hijos que no podían serlo.
Me maravillé por un momento y entonces me di cuenta
cuán totalmente estaba absorto en el hermoso despliegue de amor
incondicional a una distancia no mayor de un brazo extendido de mí. De
repente, me sentí incómodo, como si estuviese invadiendo algo sagrado,
pero me sorprendí al escuchar mi propia voz preguntar nerviosamente:
"¡Wow! ¿Qué tiempo tienen de casados?"
"Hemos estado juntos catorce años por todo y casados
los últimos doce", contestó sin quitar la mirada del rostro de su
encantadora esposa.
"Bueno, entonces, ¿por cuánto tiempo han estado
separados?" pregunté. El hombre finalmente me miró, todavía manteniendo
su jovial sonrisa y me dijo: "¡Dos días completos!"
¿Dos días? ¡Quedé anonadado! Estaba seguro de que por
la intensidad del saludo que había presenciado habrían estado separados
por al menos varias semanas, sino meses, y sé que mi expresión facial
delató mis pensamientos. Así que, de manera casi casual y deseando
terminar mi intromisión con alguna semblanza de gracia (y volver a
buscar a mi amigo), le dije: "¡Espero que mi matrimonio se mantenga tan
apasionado después de doce años!"
El hombre repentinamente dejó de sonreír. Me miró
directo a los ojos, y con una intensidad que me quemó hasta el alma, me
dijo algo que me dejó como una persona diferente. Él me dijo: "No lo
anhele, amigo... decídalo". Entonces mostró nuevamente su maravillosa
sonrisa, estrechó mi mano y dijo: "¡Que Dios lo bendiga!" Con eso, él y
su familia se voltearon y se alejaron juntos rápidamente.
Todavía observaba a aquel hombre especial y su
excepcional familia alejarse de mi vista cuando mi amigo se me acercó y
preguntó: "¿Qué es lo que estás mirando?" Sin dudar un instante y con un
curioso sentido de certeza le contesté: "¡Mi futuro!"
Matrimonio es una empresa que se construye todos los días. Lo grande del matrimonio lo hacen las pequeñas cosas.
Y de la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre.
Y el hombre dijo: Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi
carne; ella será llamada mujer, porque del hombre fue tomada.
Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Genésis 2:22-23
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