¿Quién sabe que nos reserva la vida? Ninguna bola de
cristal, adivino o psíquico nos puede dar la respuesta. Para atravesar
este duro camino que llamamos vida, descubrí que necesitamos tener fe
en nuestra fortaleza personal y seguir nuestros sueños anhelando que se
harán realidad y nunca rendirnos.
Los sueños constituyen la realidad. A la edad de 17,
como muchas otras jóvenes, había sido fascinada por una azafata en un
vuelo a Europa; me pareció una diosa. No podía quitarle los ojos de
encima, viéndola caminar por la cabina realizando sus funciones,
impecablemente vestida, con las uñas y el cabello arreglados. Estuve en
Europa 3 semanas y todo lo que podía pensar era en el vuelo de regreso
para observar a otra azafata en acción. A los 19, estaba en mi segundo
año de universidad sin estar segura en qué me especializaría. Estaba
matriculada en la escuela de artes, no muy entusiasmada. Todo el tiempo
en mi mente tenía el deseo de ser como las azafatas que había observado
2 años antes.
Decidí enviar una aplicación a las aerolíneas. Dí
seguimiento a este meticuloso proceso por 3 años y en ese entonces no
había computadoras ni e-mails y todas las formas se llenaban a mano y
se enviaban por el lentísimo correo normal. Para mi sorpresa, recibí
cinco solicitudes de entrevista. En cada entrevista que me hicieron, me
aseguré de estar al tanto de la aerolínea, los colores de sus azafatas,
sus rutas, etc.
Me aseguré de presentarme a la entrevista vestida en
sus colores para verme lo más parecida a los suyos. Una tras otra,
llegaron cartas agradeciéndome la entrevista pero informándome que la
vacante había sido llenada. Año tras año seguí con mi búsqueda hasta
que me di cuenta que me faltaba algo y eso impedía mi aceptación. Esta
fue una realidad devastadora. Dejé de enviar solicitudes y hundí mi más
profundo deseo y pasión en lo profundo de mi ser y seguí con lo que la
vida me traería al margen de las aerolíneas.
Mis carreras desde la edad de 21 hasta los 50,
tuvieron algo en común: funciones relacionados con la atención del
cliente. Ya estuviese en la recepción ó en la gerencia, siempre traté
con el público. Durante este período, a la edad de 31, tuve mis
primeros hijos, un par de mellizos idénticos. Dos años después, tuve a
mi tercer hijo. Un año después me divorcié.
La vida fue dura. Estaba devastada financieramente,
abrumada por las grandes responsabilidades y tres hermosos niños que me
permitieron soportarlo todo. Me recordaba cada mañana mantener mi fe en
Dios y en mí misma que podría triunfar en cualquier cosa que iniciases
pero la realidad de mi deseo suprimido de volar seguía presente.
Desafortunadamente, mis responsabilidades como madre
estaban por sobre lo que quería lograr para mí misma; ellos eran mi
vida por lo que seguí adelante. Los mellizos crecieron, se graduaron de
secundaria y se fueron a la universidad. Cuando mi tercer hijo estaba a
punto de graduarse de secundaria en la primavera de 2005, acababa de
perder mi empleo con una empresa que no comprendía lo que es ser
compasiva con sus clientes. Para ellos su estilo de negocio era un
asunto de blanco y negro. No pude soportar aquel tipo de ambiente frío
por lo que había renunciado en noviembre de 2004.
En enero de 2005 vi un programa en la televisión
llamado "Aerolínea" que mostraba las experiencias diarias de los
viajeros de Southwest Airlines. Describían a una aeromoza (ya no
azafata), viuda de 50 años que vivía sola ya que sus hijos habían
crecido y dejado la casa. Ella dijo amar trabajar con la gente y que
necesitaba salir de la casa; su nombre era "Billy". Ella dijo haber
visto un anuncio sobre una feria de empleos para aeromozas de Southwest
Airline.
Decidió asistir y ver qué pedía el puesto. Tras
pasar por el extenso proceso de aplicación, para su sorpresa, fue
empleada y enviada al adiestramiento. Debido a su exuberancia y
entusiasmo por el trabajo, me di cuenta de que tenía mi misma edad y
que si ella podía entrar, ¡también podría yo! Así comenzó todo de nuevo.
Contacté a una aerolínea local para no tener que
mudarme. Le tomó a esta aerolínea 3 meses para tener una feria en mi
área pero yo estaba lista. Esta feria tomó 2 horas y sin importar lo
que dijeron sobre la "tortura" que experimentaría haciendo ese trabajo,
no me importó. Sabía desde el momento en que decidí asistir que iba a
ser una aeromoza; estaba segura que no fallaría. Al final del evento se
nos dijo que recibiríamos una llamada en 2 días si deseaban vernos para
una segunda entrevista; recibí una.
Una semana más tarde estaba de vuelta haciendo la
odiosa entrevista de aerolínea pero en esta ocasión no estaba nerviosa.
Sabía que el camino que había recorrido por la vida me había preparado
para esta misión. Una vez nos dijeron que recibiríamos una llamada
telefónica en los próximos 2 días si nos escogían para el
adiestramiento. Mi llamada telefónica llegó a la mañana siguiente a las
9 a .m. Aquello fue para finales de marzo de 2005 y me encontré
adiestrándome en Memphis, Tennessee el 9 de abril de 2005.
Soportar un programa de adiestramiento de 3 semanas
que incluía una enorme cantidad de estudios (lo que no había hecho en
30 años), evacuaciones, pruebas, y observar a compañeros de clase ser
enviados a casa uno por uno mantenían nuestras emociones tan tirantes
que me sentía como una banda de caucho a punto de reventar. Además de
todo, vivíamos en un hotel pero el lazo especial creado entre todos los
que sobrevivimos a esta tortura todavía perdura.
Mientras me adiestraba, el 26 de abril, cumplí 51
años y el 27 de abril tomé mi examen final en uniforme y lo pasé. La
graduación fue un evento especial y nuestra unión con los adiestradores
quedó marcada en nuestro corazón para siempre. Hacen la graduación algo
memorable y especial para cada clase. Cuando me presentaron con mis
alas de vuelo, sentí que el dique de una represa se rompió.
Lo único que podía pensar era cuán duro había
trabajado por 30 años para recibir esas alas. Dios trabaja de maneras
misteriosas y nunca debemos cuestionarlo. Me di cuenta de que los lemas
por los que había vivido mi vida entera, "los sueños constituyen la
realidad" y "nunca nos rindamos, nunca es demasiado tarde" me habían
servido bien. Todavía soy una aeromoza y he disfrutado cada minuto por
los últimos 5 años. Me doy cuenta que tomé la decisión correcta al
dejar el empleo que odiaba con pasión para perseguir una "última"
carrera que me llenase y que pudiese decir que verdaderamente amara.
Cuando llegué a mi aeropuerto base, mis tres hijos y
mi mama estaban esperándome y cada uno tenía una rosa roja. Estaban
allí para mostrarme sus perdurables amor y apoyo hacia una mujer (su
madre e hija) que tomó el más grande riesgo de su vida para seguir su
sueño (a los 50), que creyó en sí misma lo suficiente como para
intentarlo, y para verla en uniforme por primera vez... el que había
esperado toda una vida para lucir.
Denice R. (Bush) Barth, copyright 2009
¡Wow! Estoy seguro de que muchos de ustedes
disfrutarán la historia de hoy. Si bien un poco larga, su mensaje es
realmente inspirador y habrá de motivarnos a todos a seguir
persiguiendo esos elusivos sueños del pasado. Y es que muchos de
nosotros, abandonamos sueños que Dios puso en nuestro corazón tan sólo
porque consideramos que las circunstancias estaban contra nuestra y
decidimos olvidarlos. Sin embargo, la autora de la historia de hoy pone
de relieve cómo Dios utilizó casi 30 años de experiencias en otros
campos para garantizar que su sueño finalmente se cumpliera.
A final de cuentas, como dice ella, "los sueños
constituyen la realidad" y "nunca es demasiado tarde", en especial
cuando nos aferramos al Señor. ¿Qué tal si tomamos la decisión de
congregarnos este mismo fin de semana con tantos otros que también
necesita una dosis de ánimo y guía celestial y permitimos al Señor
resucitar esos sueños que hoy permanecen dormidos y que necesitan
tornarse en realidad para la gloria de Dios? Adelante y que el Señor
les continúe bendiciendo.
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